Brilla, Evelyn
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La niebla tejía sus dedos húmedos alrededor de los callejones, deslizándose como un susurro inquieto entre los edificios de ladrillo ennegrecido por el hollín. En algún lugar de Manhattan, un saxofón gemía una melodía desgarradora que se perdía en las esquinas donde las luces de neón parpadeaban, ahogadas por la bruma. Era el Manhattan de los años 40, un tablero de ajedrez de luces y sombras, donde los sueños se desmoronaban al ritmo de los tacones resonando en los callejones, y la ciudad no perdonaba a nadie.
Él era Jack Wolff, un músico de jazz que a sus veintiséis años había conocido la gloria fugaz de los aplausos nocturnos, y también el vacío de regresar solo a una habitación alquilada con paredes finas como el papel. Había llegado a Nueva York cargado de promesas y talento, pero la ciudad le había dado a cambio solo noches largas y la compañía del licor barato. Sin embargo, era su música la que mantenía su alma encendida, una flama en medio del frío de su existencia.
Ella era Evelyn Harper, una actriz que brillaba como un diamante sobre las tablas del teatro. Había cumplido treinta y seis hace unos meses, aunque el tiempo apenas tocaba su rostro. Sus ojos verdes tenían el filo de un cuchillo, y su figura, envuelta siempre en vestidos de seda que susurraban con cada paso, atraía miradas de admiración y envidia. Evelyn no era ajena a la atención, pero se refugiaba en una coraza de hielo que pocos lograban traspasar. Había aprendido a sobrevivir a los hombres y a la traición, a costa de construir una fortaleza en torno a su corazón.
Se conocieron en un club de jazz en el West Village, un lugar lleno de humo y risas rotas. Jack tocaba esa noche, su saxofón desgarrando la atmósfera como si supiera cada secreto de los corazones presentes. Evelyn lo observaba desde una mesa apartada, su figura bañada en penumbra, un cóctel intacto entre sus dedos enguantados. Fue ella quien lo buscó al final de la noche, aunque no con palabras, sino con una mirada fugaz precedida por una nota firmada por el rojo de sus labios que lo invitaba y lo desafiaba al mismo tiempo.
"Tu música tiene la osadía de desvestir a la mujer que la escucha. Dicen que el jazz es la música de los que arden por dentro. Ven a demostrarlo y hazme una visita en mi camerino."
El comienzo de su relación fue un juego de fuerzas opuestas: él, con su juventud ardiente y su ansia de tocar algo más que sus cuerdas vocales; ella, con su elegancia distante, que lo mantenía a raya mientras su cuerpo traicionaba el control que tanto deseaba proyectar. Se veían en habitaciones discretas donde los secretos se desbordaban con cada caricia, pero cuando se separaban, Evelyn volvía a refugiarse en su otro mundo: el teatro, la fama, y la compañía de Richard, su coqueto amigo y compañero de profesión.
Richard Williams era un hombre de presencia impecable, con el porte de quien ha nacido para moverse entre salones dorados y conversaciones afiladas. Su traje de lino gris caía sobre su figura con la precisión de un corte milimétrico, y su voz, grave pero suavemente modulada, llevaba siempre un matiz de ironía calculada. Amigo y confidente de Evelyn desde hacía años, conocía cada matiz de su sonrisa y cada sombra en sus ojos verdes. Aquella noche, mientras compartían una copa en el camerino del teatro, Richard la observó con la ceja apenas arqueada, girando el vaso entre sus dedos enguantados. “Es un buen músico, no lo niego”, dijo con la elegancia de quien desliza un puñal sin levantar la voz. “Pero, querida, la música no paga vestidos de seda ni abre puertas que ya tienes entreabiertas. ¿Estás segura de que quieres perderte en una melodía cuando puedes ser la sinfonía completa?”
Mientras el amor de Evelyn y Jack creció, también lo hizo la sombra de las diferencias entre ellos. Evelyn sabía que su mundo no aceptaría a alguien como Jack. Jack, a su vez, sentía el peso de no poder ofrecerle nada más que su música. Sin embargo, ambos se aferraban a lo que tenían, conscientes de que era tan frágil como la llama de una vela en medio de una tormenta.
Jack y Evelyn nunca hablaron del futuro. No porque no lo imaginaran, sino porque sabían que la ciudad no tenía espacio para promesas. Aun así, en las noches en que él tocaba solo para ella en su pequeño apartamento, cuando la bruma de Manhattan cubría las ventanas y el mundo parecía detenerse, Jack se permitía soñar.
Una noche, después de su actuación, Evelyn lo esperó en la puerta del club con los ojos brillantes y un aire distinto, como si llevara consigo un secreto.
—Ven conmigo —le dijo, tomándolo de la mano.
Caminaron sin rumbo, con la niebla envolviéndolos. Llegaron hasta el puente de Brooklyn, donde la ciudad se reflejaba en el agua oscura. Allí, Evelyn apoyó la cabeza en su hombro y suspiró.
—Me voy a California, Jack. Me han ofrecido una película en Hollywood... A mí y a Richard.
Jack sintió el peso de esas palabras como un acorde suspendido en el aire, hermoso pero incompleto. No dijo nada. Solo miró la ciudad frente a ellos, como si pudiera encontrar en sus luces la respuesta que no quería dar.
—Dime que me quede —susurró Evelyn.
Jack cerró los ojos. Podría decirlo. Podría retenerla en su mundo de noches largas y melodías tristes.
—Dime que me quede Jack... —dijo alzando más la voz.
Podría retenerla en los cuartos de hotel donde sus cuerpos se entendían mejor que sus palabras. Pero Evelyn no estaba hecha para la nostalgia; era una estrella en constante movimiento.
—Brilla, Evelyn —susurró al final.
Ella asintió, con los ojos llenos de algo que nunca llegaron a decirse. Se inclinó y lo besó, lenta y profundamente, como si quisiera convertir ese momento en un recuerdo eterno.
Y luego se fue, deslizándose entre la niebla como la última nota de una canción que nunca tendría un acorde final.
Jack la vio desaparecer y, cuando ya no pudo seguir su sombra, encendió un cigarro y apoyó el saxofón contra su pecho.
La ciudad seguiría girando. La música seguiría sonando. Y cada vez que tocara, la buscaría en cada nota, sabiendo que algunas melodías nunca mueren, solo cambian de escenario.
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@Eidan