Ninguna tecnología puede demostrar la existencia del alma, ya que esta supuestamente trasciende el plano físico y por tanto no está sujeta a la materia, ni a la energía, ni por tanto a la medición por ningún aparato. Por eso su existencia se ha tratado de probar mediante la lógica a priori y la fe, pero la experimentación ha fracasado. Lo que queda cuando morimos es un rastro de REM (radiación electromagnética) que emite el cerebro y que efectivamente puede tener efectos sobre el entorno (explicándose así muchos sucesos paranormales, por ejemplo). Llámalo consciencia residual. Pero incluso si este estuviera cohesionado por una consciencia, en primer lugar estaríamos hablando de un fenómeno físico, no metafísico, y en segundo lugar este se termina por disipar con el tiempo, desvaneciéndose el individuo en el proceso. Qué haya más allá de eso, si es que lo hay, es cuestión de fe y argumentos para creer que la mente en términos de puro autorreconocimiento es separable completamente de la materia.